7.5.08

LO QUE SALVA EN EL PELIGRO

ILUSTRACIÓN: JOACHIM LEHRER

«Un signo somos sin interpretación, indescifrable.
Sin dolor estamos y, casi hemos
Perdido el idioma en el extranjero »

Es luego del anhelo de disolución búdico- panteísta expresado en el «Hiperión», donde «ser uno mismo con todo lo viviente» toca lo mortecino, lo disolutorio «en un feliz olvido de sí mismo», en tanto fusión con el todo (la naturaleza, la amada, lo divino, ¿la revolución?).
Es, luego, también, del intento crístico de fusión con el elemento fuego en «La tragedia de Empédocles», durante la etapa de su producción en la que, supuestamente, Hölderlin comienza a entrar en la locura.
Es entonces, recién entonces, cuando hace su aparición un nuevo y crucial elemento en la «poética» del «poeta del poeta»: la medida.
Así articula su idea de «la huida de los dioses».
Se hace necesario vivir esa distancia, esa «noche sagrada». Soportar la noche del mundo. Los «tiempos de indigencia». El «ya no» de los dioses que se marcharon y el «aún no» de la hora del retorno.
El sacrificio crístico, expresado en la figura mítica de Empédocles, la ruptura con Susette Gontard (Diótima); y con el mundo todo, da lugar a las elegías, odas e himnos en las que Hölderlin despliega sus alas hacia el otro lado.
Pero algo diferencia este salto o «puesta en acto» de la actitud de otros poetas: en lugar del intento de fusión con el mito de origen; acontece la distancia justa.
No se trata de Rilke y la rosa ni de Pizarnik y la muñeca suicida que hace el poema con su cuerpo ni de Rimbaud y las profecías salvajes autocumplidas ni de Vallejo en París con aguacero ni de Alfonsina y el mar.
No en este caso.

Escribe Maurice Blanchot:
«La inspiración ya no consiste en recibir el sagrado rayo de luz y apaciguarlo para que no queme a los hombres. Y la labor del poeta ya no se limita a esa mediación demasiado simple, por la que se le pedía que se mantuviera de pie frente a Dios. Es frente a la ausencia de Dios que debe mantenerse esa ausencia de la que debe instituirse en guardián, sin perderse en ella y sin perderla, es la infidelidad divina que debe contener, preservar; es «bajo la infidelidad», dónde hay olvido de todo, que entra en comunión con el Dios que se aparta.»

Giorgio Agamben da como fecha de nacimiento de lo que llama la «ateología poética»* de la modernidad (ver nota al pie), el día en que a principios del siglo XIX, Hölderlin corrigió los últimos dos versos del poema «Dichterberuf» (Vocación de poeta).

Und keiner Waffen brauchts, uns keiner
Waffen, solange der Gott nich fehelet.

(Y (el poeta) no tiene ninguna necesidad de ninguna dignidad,
de ningún arma, mientras no le falta Dios.)

Veamos la corrección:

Und keiner Waffen brauchts, uns keiner
Listen, so lange, bis Gottes Felh hilft

Y no tiene ninguna necesidad de ningún arma, de ninguna
astucia, hasta lo ayuda la falta de Dios.

El viraje consiste, justamente, en que la falta de Dios ayuda.
¿Hay «una traición de estirpe sacra»?
Escribe Agamben: «La infidelidad holderliniana» se basaba precisamente en la idea de que «la memoria de los seres celestiales» no se acaba, aquí domina una sobria «determinación de prescindencia.»
Citamos nuevamente a Blanchot, quien trabaja en sintonía con el trabajo de Beda Alleman (Hölderlin et Heidegger).
«Viviendo puramente la separación, siendo la vida pura de la separación misma, porque ese lugar vacío y puro que distingue a las esferas es lo sagrado, la intimidad del desgarramiento que es lo sagrado.»

Se produce entonces el último vuelo, el de las odas e himnos de la locura, para dejar luego paso a la simpleza de los escritos de los últimos años, en la torre del carpintero Zimmer, en pacífica comunión con la naturaleza y a distancia también del resto de los hombres.
«Cuanto más sometido está Hölderlin a la prueba del «fuego del cielo», más expresa la necesidad de no entregarse a ella sin medida.» escribe Blanchot.
Tanto Blanchot como Agamben y Beda Alleman remarcan un cambio en un verso, apenas un cambio en un verso de Hölderlin que tendrá enormes implicancias: «la falta de Dios ayuda»...

Continuamos con Blanchot:
«Hoy el poeta ya no debe mantenerse como intermediario entre los dioses y los hombres, sino mantenerse entre la doble infidelidad, mantenerse en la intersección de esa doble inversión divina, humana, doble y recíproco movimiento por el cual se abre un hiato, un vacío que desde ese momento debe constituir la relación esencial entre los dos mundos.»
¿Continuidad histórica?
Hölderlin morirá un año antes del nacimiento de Nietzsche

A través de himnos como «Patmos», «El único», «Germania» o «El Rhin», vuela sobre el clasicismo y el romanticismo para constituirse en el poeta que fue, es y será: articula su idea de la retirada de los dioses.
«Cerca está y difícil de aprehender el Dios
Pero allí donde está el peligro crece lo que salva… »
…Danos, oh agua inocente, alas, para con el más fiel sentido
Pasar al otro lado y retornar…»

Esa última lucidez del poeta que vuela, vuela y vuela para con el más fiel sentido pasar al otro lado. Y retornar. Y no.

* Según Agamben: «Lo propio de la ateología poética, en contraste con toda teología negativa, es la singular coincidencia de nihilismo y práctica poética, por la cual la poesía se vuelve el taller en el que todas las figuras conocidas son desmontadas para dejar espacio a nuevas criaturas para-humanas o subdivinas: el semidiós hölderliniano, , la marioneta de Kleist, el Dionisio nietzschiano, el ángel y la muñeca de Rilke, el Odradek kafkiano, hasta la «cabeza de medusa» y el «autómata» de Celan y la montaliana «huella madreperlácea del caracol.»

© Javier Galarza

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